A Tamara Russo.
La rejilla
de tu inagotable soledad
y libre turquesa
ha absorbido el frío
que me congela ahora
de espaldas.
Vivamos intenso, entonces.
¿Oíste ya la última
melodía de las montañas?
No existe.
Es sólo sonido eterno.
En cada mirada
tratamos de construir
esa verdad del corazón/coraza
que destruye al mundo.
¿Desde que sonrisa nos miraran
nuestros animalitos de rebelión?
Recordaré tu modo de interrogar
al eco como el sueño causado
por la revolución perdida.
Toma de mi mano
y desnúdate,
desde ésta duda que soy
sobre ésta pregunta
que se piensa a sí misma
en las voces pronunciadas
por los silencios,
esos ojos de luna tan gigantes
que me esperan siempre
en el úmbral de la sombra.
¿Te das cuenta qué catarquico, hermana?
La gente está muriendo sin saber
que alguna vez tubo un alma.
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